Jean Harlow fue una verdadera pionera. Una de las primeras rubias platino de la historia del cine, una de las pocas actrices de su época que se atrevió a plantarles cara a los grandes estudios (MGM… casi nada) y, ante todo, la principal responsable, junto a Mae West, de acabar con muchos tabúes sexuales, mezclando sexo y comedia con toda naturalidad. La gente no estaba acostumbrada en los años 30 a que una sex-symbol se permitiese el lujo de pensar, y que encima se burlase del sexo opuesto, y utilizase expresiones chabacanas. Jean demostró que su belleza física no tenía por qué condicionar su actitud, y en lugar de pasar por este mundo como una muñequita rubia inofensiva, supo escandalizar a los puritanos, indignar a los capos de la industria y establecer unos lazos con sus seguidores que iban más allá de la distante relación estrella-fan. Su leyenda está rodeada de morbo sexual y tragedia. Jean Harlow puso caliente a los hombres de medio mundo en su día. Tenía por costumbre exhibirse con vestidos ceñidos, sin sujetador, y antes de cada sesión de fotos se mojaba los pechos con hielo y dejaba que sus pezones se endureciesen al máximo. Eso enfurecía a los actores y actrices que no contaban con armas tan efectivas, como Jerry Lewis, que en una ocasión comentó que el público es basura y que sólo acude a los cines atraído por el morbo: “Hace años iban a ver las tetas de Jean Harlow y ahora van a ver las de cualquier otra actriz”. Y la verdad es que no iba muy desencaminado, de hecho, en una película (“China Seas”) Jean traspasó todas las barreras de lo permisible y dejó que sus fans contemplasen uno de sus pechos durante un par de segundos. También posó una vez, en los inicios de su carrera, para una sesión de fotos eróticas —algo nada habitual por aquel entonces—, y consiguió que su presencia en la pantalla se considerase poco menos que diabólica, hasta el punto de que alguno de sus films se censuró en casi toda Europa, exceptuando Alemania, en donde Jean era muy admirada por los nazis a causa de su aspecto tan ario (una cuestión que a ella se le escapaba totalmente de las manos: jamás tuvo inclinaciones políticas, y menos de carácter nacional socialista)
No Me Judas, Satanás!!! por CESAR MARTIN