Todo se ha dicho ya de la más grande de las obras maestras del mítico Ozu, admirada por críticos, cineastas y público allá donde se mencione, logrando siempre las más altas puntuaciones y los mejores elogios. Es fácil hallar el dato de la revista Sight & Sound, que en 2012 la eligió como la mejor película de todos los tiempos, en una encuesta a los directores de cine más influyentes de todo el globo.
Entre cinéfilos, el cariño que se le procesa se palpa mayormente por la emotividad de una temática tan universal que nadie se ve ajeno a ella, además de por su refinamiento técnico destacado en los encuadres, las metáforas visuales, y las particularidades propias del director. Solo existe un comentario negativo que se le puede hacer hoy a esta película, y es el de lamentar que su popularidad ensombreciera el resto de la obra del nipón, repleta de obras magistrales. Sin embargo, si la de 1953 se ganó la cumbre merecidamente, es porque ella sola aglutina las obsesiones temáticas y formales de Ozu con resultado sublime.
Aquí, en nuestro querido foro de cinefilia en mundodvd.com, muchos compañeros la han nombrado por cuestiones diversas, pero como ocurre con muchos de los clásicos, aún no tenía su propio hilo. Es por eso que, desde la más sincera humildad, abro este lugar exclusivo para el film con el propósito de aportar lo poco que pueda, para que quien busque encuentre, pero sobre todo para animar a los más, y a los menos, avezados foreros a compartir impresiones y sabiduría, amén de anécdotas personales relevantes.
La historia comienza con el viaje en tren de un matrimonio anciano desde un pequeño pueblo cerca de Hiroshima, hasta la capital, Tokio, para visitar a sus hijos. El viaje es largo y hacía ya muchos años que no se veían. A pesar de que todo es cordial y agradable en la acogida, los hijos adultos muestran poco interés por sus mayores, concentrados en sus ajetreadas vidas en torno al trabajo y sus propias familias. Así, vamos conociendo a los personajes y las dinámicas que hay entre estos, el choque generacional y cultural, la nostalgia de los abuelos, el desapego de los hijos, y cómo su joven nuera Noriko, viuda tras la muerte de su esposo en la guerra, va ganando protagonismo al revelarse como la más atenta y comprensiva de los anfitriones. Hay desarrollo y la historia avanza con unos cuantos detonantes bien diseminados, pero no quiero estropearlo a quién aún no la haya visto, pues seguro que estará deseando verla
Personalmente, lo más destacable de “Cuentos de Tokio” es la naturaleza cercana del relato. Rezuma autenticidad. Y nunca se dijo “como la vida misma” con más acierto que sobre el cine de Ozu. Tras verla de nuevo recientemente, vuelve a sorprenderme lo atemporal que resulta, y cómo es tan japonesa y tan universal a la vez. La película tiene un ritmo sosegado, sostenido en unos diálogos que van del retrato de lo cotidiano a las grandes verdades. Está repleta de esos momentos en los que, de manera casi cómplice, el espectador entiende la intimidad de lo que ocurre sin que se subraye en absoluto.
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Las interpretaciones son sin duda, todas, más que adecuadas. Pero es imposible no destacar a Chishu Ryu y a Setsuko Hara, en los cuales recae el mayor peso de la película. Obviamente, la madre, y la hija que tiene la peluquería, también son memorables, pero quiero llamar la atención sobre ese actor, habitual del director, que a sus 38 años interpretaba a un hombre en su senectud sin hacernos sospechar de la impostura, no solo con su lenguaje corporal, sino sobre todo con esas miradas perdidas tan sugerentes que las personas mayores ponen cuando se retrotraen en sus pensamientos de melancolía y reflexión. Sobre Setsuko Hara, un mito en sí misma, podemos mencionar cómo ilumina la pantalla con esa sonrisa de bondad (imposible no reparar en ella) de su personaje Noriko, a la altura misma del matrimonio central. No en vano, “Cuentos de Tokio” es conocida como la tercera de la trilogía de Noriko, películas del maestro en las que se repite el personaje de la actriz, pero sin más conexión. Sin duda, aquel que ha visto esta película, recuerda a la afable joven que confortó la instancia de los ancianos en Tokio. Ella representa las mejores virtudes, la actitud correcta y positiva. Eso sí, tanto en ella como en los demás personajes, nunca de manera unidimensional, sino conciliándonos con las dualidades de padres e hijos. Setsuko Hara colaboró con Yasujiro Ozu en tres ocasiones más, posteriormente.
El espectador más experimentado puede que observe algunas de las más curiosas “manías” del director. El uso exclusivo de la distancia focal de 50 mm, la cámara estática que solo se mueve en un par de ocasiones (por motivos coherentes y metafóricos), y la posición de esta a unos 90 cm del suelo (el tatami shot), son los más notorios. Este “estilo” busca una mirada imparcial de lo que ocurre, una total dedicación a la honestidad. Tampoco faltan aquí los trenes que se ven pasar como pasa el tiempo (como en toda película suya), o los barcos. Los sobre encuadres con elementos arquitectónicos a los personajes, también son una constante. O la preponderancia de los objetos en algunos planos, donde la acción transcurre alrededor. Realmente son muchísimos detalles dignos de estudio para su explicación, que los más curiosos debemos investigar para conocer el lenguaje formal particular de uno de los mayores genios del cine de toda la historia.
“Cuentos de Tokio” tiene un montón de grandes diálogos, y está llena de grandes lecciones vitales que aborda directa o indirectamente, verbal o más delicadamente. Sin duda la mayoría aceptará que la principal es que debemos cuidar de nuestros mayores, pero esta maravilla esconde muchas más. Y lo mejor, es que gana con cada visonado, en disfrute y en percepción de detalles, como todo gran clásico. Una de esas gloriosas obras que podemos revisitar periódicamente sin miedo al desgaste.
Desprovista de artificios, respetando de manera natural la máxima de “menos es más”, esta película, así como todo el cine de Ozu, es un reflejo veraz de la realidad donde los estereotipos existen con sutileza, y se transciende lo terrenal alcanzando una poética en el fondo y en la forma, que nos habla de manera accesible del mundo mismo, el de cualquiera y en cualquier parte. Con la familia como tema central, la sobriedad y la ternura tocan la fibra sensible de todo espectador, independientemente de su edad. Es perfecta en sí misma. Un deleite para entendidos y profanos.
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