A mí también me ha maravillado y enamorado la película, es de esas veces que trasciende el hecho cinematográfico para convertirse en una experiencia, en las que consiguen que el espectador casi olvide que está en una sala oscura rodeado por desconocidos para trasladarse al mundo de los personajes, a su mente, a su cuerpo, a su ser. Con una sensibilidad indefinible, Guadagnino, con esa dirección invisible que menciona Tripley, permite que los personajes sean, existan, fluyan, pareciere que no quiere interponerse en el devenir de los hechos, no quiere molestarlos en su intimidad. Una humildad autoral que se agradece infinito.
Ya se ha comentado, y poco puedo añadir, la fisicidad de la fotografía, y del sonido; sientes el calor de ese verano lombardo, el incansable sonido de la cigarras, la música justa en el momento apropiado. La familiaridad que se respira en la familia, la cocinera, los amigos...
El despertar de Elio a la sexualidad, con sus tribulaciones, la imposibilidad de negarse a sus sentimientos, lo clandestino... Hay cierto aire que me recuerda a otra maravillosa película, Los Juncos Salvajes de André Techiné, con ese juego de relaciones prohibidas, donde el corazón manda, más allá de lo socialmente aceptado, de la moralidad dominante.
Maravillosa, en toda la extensión de la palabra.
He de compartir lo que algún compañero ha comentado, sobre la excesiva perfección de la familia de Elio, esa familia tan culta y pluringüe, que en algunos momentos me llega a caer gorda
Spoiler:
Demasiado perfecta, casi irreal, pero bueno, lo acepto como parte de la sublimación que el arte hace de la vida.
Justamente en esa escena que comenta Tripley, tres personas salieron de la sala murmurando entre dientes, cosa que creo recordar solamente me había ocurrido en la proyección de Flesh, años ha, en el cine del Círculo de Bellas Artes, en un ciclo dedicado a Paul Morrisey, cuando un hombre salió indignado, poco menos que llamándonos pervertidos a todos los asistentes, si es que no nos lo llamó. Estos que se fueron el otro día al menos no despotricaron, y escandalizados abandonaron la sala. Al menos se fueron, porque en mi misma fila había un grupo de señoras, muy cinéfilas, eso sí, que por la conversación anterior al comienzo de la película estaban viendo todas las nominadas a los Oscar, y definitivamente Tres anuncios... era la que de momento les había gustado más, aunque una de ellas sentía debilidad por Meryl y a ésta, Los papeles, también le había gustado mucho. Pues esta fan de Meryl Streep, de la que solo me separaba una butaca, en la mencionada escena, soltó un "¡Qué guarro!", así, bien alto, por si no la oían desde las otras filas, y en otro momento exclamó: "¡Parece una película porno!". Pero oye, no se fueron, y ahí estuvieron dando la lata ("no me está gustando nada", repetía, por si no nos hubiera quedado claro), hasta el final. Final, por cierto, en el que la gente se levantó y se fue, no sólo las señoras horrorizadas, y habloSpoiler:
Terrible, una falta de respeto absoluta, no ya ante la obra, que allá cada cual, sino ante el resto de espectadores que estábamos disfrutando de la película.
Y esto es algo que vengo notando en muchas proyecciones últimamente, la gente confunde la sala de cine con el salón de su casa (en Blade Runner 2049 la chica de al lado se puso a pintarse los labios, con la luz del móvil). Pero esto es otra historia, pido perdón de antemano, pero tenía de decirlo.