Scarface, 1983:
Desde luego está lejos de la de Carlito, sin embargo es un SÍ como un piano. Una historia de descomposición magníficamente narrada en la que sus casi 3 horas pasan volando. De Palma, as usual, disfruta con la cámara (set-pieces violentas, discotecas, escenas con muchos extras, ...) aunque el look feísta la aleja del virtuosismo visual de sus mejores obras. Oliver Stone firma un guión que fluye, con variedad de subtramas y personajes que ayudan a describir la evolución de Tony Montana, un personaje muy bien perfilado para que llegue al famoso "over-the-top" desenlace con un Al Pacino pasado de vueltas entre coca y sangre, pero que encaja con el diablo al que interpreta.
Los habituales toques Oliver Stone anti-capitalismo entrán mejor que en otras películas suyas porque el protagonista es el foco de lo que quiere criticar y, hábilmente, vemos detalles románticos de humanidad en Tony, el amor a su madre, la sobreprotección (aunque enfermiza) de su hermana, su sinceridad, su amistad con Bauer, su fidelidad (no traiciona a Robert Loggia), el no querer matar a la familia del objetivo que tenían con el boliviano. Todo ello da una tercera dimensión a ese final icónico y magnético con el que es difícil no regocijarse.
Lástima de ese look y, sobre todo, de una música de Moroder que la dejan demasiado anclada en su tiempo.
Corazones de hierro (Casualties of war, 1989):
Rodada, fotografiada y musicada (Morricone mediante) como Dios, con un De Palma cabalgando maravillosamente dentro del bélico entre lo clásico (hay cantidad de encuadres dignos del mejor western clásico) y su modernidad (por ejemplo, esa planificación del atentado de la granada contra J. Fox), y una historia crudísima sin bálsamo, a modo de pesadilla (literalmente, es un recuerdo pesadillesco), y sus consecuencias.
El único lastre es lo maníqueo de la situación, con un personaje tan blanco como J. Fox. De todas formas, la película se esfuerza en explicar el comportamiento de Penn, mostrando primero su lado heroico, su pérdida y el agujero que la guerra deja en su cabeza, antes de mostrarse como el líder diabólico y manipulador de semejante empresa. Creo que Penn no llega a abrazar todos esos matices y se me antoja algo sobreactuado en los momentos tensos.
Sin embargo, el regusto final es magnífico gracias a esa idea tan depalmiana (y lynchiana, y hitchcockiana) del doble papel de la chica vietnamita, dando a entender que la imagen que vemos en el recuerdo pesadillesco de la chica es a imagen y semejanza de la que se encuentra en el bus, algo de alivio moral poético y un maravilloso plano final de San Francisco.