Vamos a ver si me explico con ejemplos personales. Tal vez no sea tan susceptible con los cambios realizados por directores sobre sus películas porque parte de mi trabajo es de naturaleza artística y me he enfrentado varias veces al problema de la manipulación a posteriori de mis obras.
El caso es que aunque no es la fuente principal de mis ingresos, soy ilustrador (entre otras cosas). No lo hago principalmente por amor al arte (que algo de eso hay), sino para ganar dinero. ¿Se entiende? ¿Es poco ético intentar utilizar mis recursos para amortizarlos? No lo creo, ¿verdad?
Vale, pues, con la ley en la mano, yo decido en todo momento, por el mero hecho de ser autor de mis obras, cómo deben reproducirse y como han de llegar al público. Puedo llegar a acuerdos con quien me paga para realizar modificaciones y adaptaciones, pero estas decisiones nunca las podrá tomar nadie más que yo mismo, y las tomaré voluntariamente atendiendo al beneficio económico o moral que obtendré. Existe la creencia generalizada de que al pagar mi obra otorgo al pagador permiso para realizar modificaciones o reutilizarla a voluntad hasta el infinito, pero no es así.
El Padre Karras dice: ¿Duel es cuadrada?¿Sí? Pues que me la editen cuadrada, pero, con todos los respetos Padre, no es así.
Yo, cuando hago una ilustración, la puedo hacer rectangular. Pero si mañana cambio de idea y me canso de los árboles de los lados o me conviene encajarla a otro formato para que la publiquen en una revista y la hago cuadrada, mi ilustración pasa a ser cuadrada, porque yo así lo impongo, teniendo yo sólo derecho a ello. Si dentro de dos años creo que mejora con tres gatos destripados, mi ilustración pasa a tener tres gatos destripados y, si quiero, puedo impedir la difusión de la tirada que no los incluye (gastándome la pasta compensando a quienes he perjudicado rompiendo nuestro contrato de difusión previo). Si quince años después creo que está mejor ovalada y con los colores virados a sepia, mi ilustración será así y, si veinte años después me hace falta el dinero y me entero de que la vendo más si la dejo como estaba al principio, mi ilustración pasará a ser como al principio. Eso se llama "derecho moral del autor".
Todos esos cambios los podré realizar bien por criterios personales, bien por intereses económicos, pero nadie tendrá derecho a acusarme de haber cometido una atrocidad con mi obra, porque quien está únicamente autorizado para ello soy yo, que para eso me he molestado en crearla. Y si yo no siento haber cometido una atrocidad con mi legado, nadie puede imponerme esa sensación. De verdad que pienso que la verdadera atrocidad es creerse con derecho a dictarle a un creador lo que debe hacer con su obra... Lo que no quita para que ejerzáis vuestro derecho a opinar y a preferir una versión antes que otra... Tal vez poco a poco y si el clamor es elevado se consiga hacer ver al creador su "error".
Si tenéis dudas, aquí está lo que dice la ley al respecto (Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de abril):
"Artículo 14. Contenido y características del derecho moral.
Corresponden al autor los siguientes derechos irrenunciables e inalienables:
1. Decidir si su obra ha de ser divulgada y en qué forma.
2. Determinar si tal divulgación ha de hacerse con su nombre, bajo seudónimo o signo, o anónimamente.
3. Exigir el reconocimiento de su condición de autor de la obra.
4. Exigir el respeto a la integridad de la obra e impedir cualquier deformación, modificación, alteración o atentado contra ella que suponga perjuicio a sus legítimos intereses o menoscabo a su reputación. (Esto lo pongo en negrita para recalcar que cualquier cambio lleva forzosamente la aprobación del titular de la autoría, con lo que culpar a los estudios a veces está de más -claro que en ocasiones figuran ellos como autores-).
5. Modificar la obra respetando los derechos adquiridos por terceros y las exigencias de protección de bienes de interés cultural (aclaro que respetar los derechos de los terceros quiere decir que lógicamente debo respetar acuerdos de explotación previos, y que generalmente una obra no se declara bien de interés cultural estando el autor vivo, pues ya se le supone a él la responsabilidad del cuidado de su obra).
6. Retirar la obra del comercio, por cambio de sus convicciones intelectuales o morales, previa indemnización de daños y perjuicios a los titulares de derechos de explotación).
Si, posteriormente, el autor decide reemprender la explotación de su obra deberá ofrecer preferentemente los correspondientes derechos al anterior titular de los mismos y en condiciones razonablemente similares a las originarias.
7. Acceder al ejemplar único o raro de la obra, cuando se halle en poder de otro, a fin de ejercitar el derecho de divulgación o cualquier otro que le corresponda."
Vuelvo a decir que aquí el problema es la mitificación; el darle más importancia al estado de un trabajo ajeno que su propio autor. Quiero aclarar que a mí no siempre me gustan los cambios realizados por los autores y no siempre son a mejor, que para eso tengo criterio y derecho de opinión, pero nada más. En ese caso, no compro lo que me ofrecen y bien. Si más adelante sale en las condiciones que a mí me interesa, perfecto, si no, pues me gasto el dinero en otra cosa. Lo que ocurre es que soy de mitificar poco y relativizarlo todo, incluso las cosas que más me gustan que, en el fondo, no son más que películas. De verdad que pienso que si a Spielberg le gusta más el encuadre 1:85 para Duel prescindiendo de cierta información, ¿cómo demonios estoy autorizado yo para agarrar un cabreo? ¿Qué siento que ha perdido la humanidad cuando el autor ha escogido cómo se debe transmitir su obra? ¿No es acaso él quien debe decidirlo?
En el peor de los casos se ha estropeado una película pero ha ganado el derecho de un autor ha decidir sobre su obra, y eso siempre, siempre, debe prevalecer porque lo importante, como ya he dicho, es que el autor está por encima de su obra, y es vital que los autores tengan libertad pues, si no, dejan de serlo.
Algo muy diferente es cuando un estudio que no consta como autor o alguien ajeno mete mano en la obra de otro. Ahí, ninguna concesión porque eso es un auténtico crimen.