Hay directores que por algún motivo que desconocemos pasan casi al ostracismo. Y si no terminan de desaparecer del panorama cinéfilo es porque han realizado alguna obra maestra universal presente en todos los rankings. Quizá esto es lo que le pasa a George Stevens; o incluso algo peor, porque su trabajo más conocido (Gigante) ha pasado a la historia, más que como joya del séptimo arte, que lo es, como la última película de ese jovencísimo y excelente actor que fue James Dean antes de estrellarse con el coche.
Vale, sí, puede que esté exagerando un poco. Ya sé que Stevens hizo otro de los grandes Westerns de la historia (Raíces profundas), pero me apostaría 10 a 1 (como diría Garci) a que buena parte de los considerados "cinéfilos" no saben ni de qué película se trata.
Pero aún asumiendo que exagero, huelga decir que quizá sus tres películas más famosas, como las dos citadas anteriormente, son sus películas más serias de todas las que hizo. Y se tiende a olvidar, y esto es así, que Stevens, antes que un excelente director de dramas, fue un grandísimo director de comedias. Una de ellas es El amor llamó dos veces (The more the merrier).
Y de esa hemos venido a hablar. Asombra que pase tan de puntillas esta excelente screwball comedy que en mi top personal de los 40 estaría entre los primeros puestos.
Pero bueno, The more the merrier es ya un adelanto de lo que será el Stevens de la posguerra. Recordemos que este film fue el último que hizo antes de enrolarse en la armada y convertirse en el primer director en grabar dentro de un campo de concentración. Suceso que le conmovió tanto que ya dejaría de lado las comedias para convertir su cine en algo mucho más serio. Gracias a eso el mundo pudo degustar joyas como Gigante, Raíces profundas, pero ¡ay! lo que habría llegado a ser de seguir por el camino de las risas.
Como decimos, The more the merrier, aún siendo una crewball comedy, aborda un problema más que serio: el problema del alquiler en Washington. Y a raíz de eso desarrolla una historia de amor imposible y futuros inciertos.
Me sabría mal no mencionar a Charles Coburn (ganador del oscar por este film), excepcional, el motor cómico del film, pero quiero centrarme en los dos protagonistas sensacionales: Jean Arthur y Joel McCrea. Pienso en las actrices más sensuales de la historia y me cuesta imaginar una superior a Arthur en este film. Llega a tal punto que nos desarma a todos y nos deja sin palabras. Hasta Joel no se puede resistir. Atentos a las continuas miradas que ella echa sobre él (y que Stevens muy inteligentemente le dedica continuos planos cortos). Decidme si en todo momento no existe una tensión sexual brutal. Increíble.
También, tanto el guión como el director ayudan a este milagro cinematográfico. El guion primero porque estructura el film en un continuo tira y afloja de ella con Joel hasta el momento definitivo. Hay varias secuencias que me encantaría mencionar porque son tan sobresalientes que me cuesta que no estén como las escenas favoritas de los cinéfilos.
Primero es la secuencia en la que ellos se preparan para salir. Atentos, preocupados, porque en el fondo desean salir a cenar juntos.... a no ser que suene el teléfono, ya que Jean espera una llamada de su NOVIO. Primera vez que ardemos en deseos de que se besen.
Segundo: cuando vuelven de la cena andando por la calle. Jean le pregunta por las chicas con las que sale, y mientras él relata sus aventuras, vemos cómo se cruzan con parejas besándose en las esquinas, aumentando esa tensión que hemos descrito antes. Llegan al portal, donde se sientan en las escaleras. Ahora es ella quien le habla de su prometido y sus planes de boda. A la vez que lo relata, un policía cruza la calle, a modo de juez moral contra el adulterio. Volvemos a desear que se besen, que se abran, porque lo único que están haciendo es dilatar algo que va a pasar. Él continuamente le acaricia las manos, ella tartamudea, le vuelve a arrojar miradas que desarman e instintivamente se van acercando sus rostros... hasta que ocurre. Brutal secuencia.
Y llega ahora la mejor, cuando los dos se acuestan en sus respectivas camas (sus cuartos están pared con pared), pero George Steven, en otro alarde de ingenio coloca la cámara de tal forma que esa pared —muro que separa ese amor no correspondido— queda reducida al espesor de un afiler. Ya está, lo que el cine ha unido que no lo separe el hombre.
En fin. Película para no olvidar jamás. Y lo mejor, que es una de las películas más divertidas que haya visto.