Nombre: The Private Life of Sherlock Holmes.
Compositor: Rozsa, Miklos.
Año: 1970
Año de edición: 2007
Tipo: Regrabación.
Editado por: Tadlow Music
La edición de la música de Miklós Rózsa para “The Private Life of Sherlock Holmes” ha sido, durante décadas, un deseo propagado a gritos por los amantes de la música de cine y es, ahora, un sueño hecho realidad. No importa la edad del aficionado: cualquiera que haya escuchado sólo unas pocas notas de la partitura (a través de la película o incluso del vals “rechazado” dirigido por Elmer Bernstein y editado por Colosseum en un soberbio recopilatorio de la obra de Rózsa) irremediablemente se ha enamorado de esta joya que, por alguna extraña razón, encandila y seduce a toda clase de melómanos. Fans de John Williams, apasionados de Ennio Morricone, locos por Danny Elfman, seguidores de Thomas Newman, puristas de la golden age.....
Lo escrito por Rózsa para la exquisitamente insólita y arriesgada película de Billy Wilder es una de las cimas en la carrera de su autor, en la historia de la banda sonora y en el pódium personal de quienes escuchamos y amamos la música de cine, quizá por su delicadísima fusión con la historia y su irresistible encanto, quizá por inaugurar la excitante (y muy querida) última etapa del maestro húngaro, quizá ante la incomprensible ausencia de una edición discográfica y la consecuente leyenda generada a su alrededor.
El disco de “The Private Life of Sherlock Holmes” ya no es un espejismo, aunque no llegó en su aspecto original. De hecho, su existencia obedece a un accidente en el plan de trabajo del productor James Fitzpatrick, quien, al posponer una grabación con la Orquesta Filarmónica de Praga prevista para los días 25 y 26 de enero de 2007, se encontró con unos músicos y un par de días demasiado valiosos para echarse a perder.
Un amante de la música de cine como él no lo dudó un instante: celebrando el “año Rózsa”, ¿por qué no regrabar una de sus bandas sonoras inéditas y, en particular, su favorita? Dicho y hecho.
Fitzpatrick acudió al hijo de Rózsa para solicitar su permiso y acceder al material archivado en la Syracuse University cuando, para su sorpresa, se encontró con la partitura original completa e incluso música adicional finalmente descartada. Como era de esperar, el productor acudió al orquestador y director Nic Raine (quien había trabajado con el principal orquestador de Rózsa en sus últimos años, el gran Christopher Palmer) y éste sólo necesitó dos semanas para restaurar el score. “The Private Life of Sherlock Holmes” estaba lista para ser interpretada, por vez primera, con el nivel de producción de la Royal Philharmonic Orchestra hacía 37 años y con el añadido del sonido digital.
El resultado: una regrabación extremadamente digna, donde las percusiones y los metales chillones y con frecuencia irritantes de la City of Prague Philharmonic apenas interfieren en el extremo cuidado delegado en las maderas y las cuerdas, auténticas protagonistas de una partitura cuyo importantísimo violín solista atiende al nombre de Lucie Svehlová, una joven checa de 27 años que carece de la energía “añeja” del original (no digamos ya del entusiasmo de Jascha Heifetz, el virtuoso para el que Rózsa escribió originariamente el concierto para violín en el que se basa el score) pero que cumple con creces el expediente.
Los responsables de Tadlow Music, tras certificar la calidad de sus anteriores grabaciones (“The Guns of Navarone” y “True Grit”), están demostrando un acabado más pulcro que el ofrecido, durante años, por Silva Screen (más acostumbrada a fabricar suites con el concepto industrial de un mecánico), y eso, unido al espectacular sonido digital “masterizado” en Dolby y HDCD, repercute en un producto verdaderamente notable, que, en un caso tan excepcional como el de “The Private Life of Sherlock Holmes”, obliga a tachar su adquisición de “absolutamente imprescindible”, esa expresión tan recurrente y devaluada que, sólo ocasiones como esta, revitalizan y consiguen devolverle la dignidad.
La banda sonora de Miklós Rózsa es extraordinaria, además, en múltiples aspectos. Billy Wilder, director con el que Rózsa había trabajado en tres ocasiones durante los años 40 (“Five Graves to Cairo”, “Double Indemnity” y la memorable “The Lost Weekend”), acudió nuevamente al compositor húngaro con la obsesiva idea de que su concierto para violín y orquesta, opus 24 (una de las obras musicales favoritas de Wilder) sería perfecto para ambientar toda la película.
A Rózsa le pareció bien y la circunstancia de que un compositor de su categoría reciclara material propio para elaborar la partitura ya es extraordinaria de por sí (no hay muchos casos similares en la historia del cine). La manera en que el autor de “Ben Hur” asignó las diferentes piezas a ideas o personajes de la película, se deshizo de los pasajes menos apropiados para una banda sonora, y escribió material completamente nuevo, acorde con el delicado clasicismo de su estilo, elevaron la composición a una categoría que, por desgracia, no pudo igualar el filme de Billy Wilder, al que la United Artists amputó una hora de metraje (de tres horas de duración bajó a dos) destrozando, de forma tan calamitosa, la atípica disección del personaje de Arthur Conan Doyle dibujada por Wilder que el cineasta sólo volvería a dirigir ocasionalmente.
La United Artists, además, vendió la película como otra comedia más del director, cuando “The Private Life of Sherlock Holmes”, tan indefinida como hermosa en su montaje de dos horas, alberga una de las historias más trágicas y desoladoras en la carrera de Wilder: aquella en la que un Holmes adicto a la cocaína se engancha, por una vez, a la dosis del amor y resulta objeto de un engaño.
Rózsa asoció la apertura del primer movimiento de su concierto, una bellísima, enrevesada y enérgica melodía de aire afligido, a la tristeza que asola a un detective tan lúcido y perspicaz como profundamente dolido, que bajo su fachada de astucia y ambigüedad sólo exterioriza sus sentimientos cuando toca el violín. Su pasión por este instrumento permitió a Rózsa que fuese el propio Holmes, diegéticamente, quien ejecutara ese primer movimiento como portavoz de sus inquietudes más íntimas (“Concerto”), presentándolo durante los créditos iniciales, de modo significativo, justo cuando un viejo baúl que guarda sus objetos personales es abierto años después (“Main Titles”).
Asimismo, Rózsa convirtió el segundo movimiento del concierto en el love theme de Gabrielle, la misteriosa mujer que envuelve a Holmes en el caso central de la película y cuya relación (esa que pudo haber sido y nunca será, culminada en una de las despedidas más sutilmente románticas de la historia del cine: cuando ella, alejándose en un carruaje, se despide de Holmes abriendo y cerrando su paraguas con un mensaje en morse) se manifiesta en otra delicadísima melodía, más suave y apacible, que suena durante los créditos al desenrollarse una vieja partitura musical de Holmes y, ya más tarde, cuando Gabrielle aparece en el 221B de Baker Street dando inicio a la investigación (“Gabrielle”).
Ambos temas, el de Holmes y el de Gabrielle, acaparan un alto porcentaje de la música del concierto para violín que suena en la película. Pero Rózsa también esparció algún pasaje adicional en la parte final en Escocia, para la que, no obstante, escribió mucha música original y muy buena, como el grave y enigmático leit-motiv que alude a los supuestos monjes trapenses (presentado en “Von Tirpitz Appears”), la pomposa pieza imperial dedicada a la Reina Victoria (que aparece en “The Diogenes Club” y, extrañamente, también al final de los créditos iniciales), el tema que infunde un cariz más aventurero al pobre ataque del monstruo del Lago Ness rodado en estudio (“After the Monster/The Monster Strikes”) o, por encima de todos, la exultante y dinámica variación del tema de Gabrielle que dota de energía y vitalidad el recorrido de la pareja y Watson por los castillos escoceses y de la que se ofrecen varias versiones alternativas en el disco, incluyendo la editada finalmente con el sonido de unas gaitas (“Castles of Scotland – Final Version with Bagpipe Drones”), la que incorpora el arreglo de una pieza tradicional escocesa (“Castles of Scotland – Version 1”, que Wilder tachó de “demasiado escocés”), y la que ofrece, en contraste, un romántico vals que al quisquilloso de Wilder, como era de prever, le pareció “demasiado vienés” (“Vienna in Scotland”).
El director, quizá con buen criterio, eliminó el vals de esa tournée à trois por Escocia en beneficio de uno de los mejores momentos del score. Pero Rózsa no se deshizo tan fácilmente de él y lo acabó incrustando (brevemente, eso sí) en los créditos iniciales y finales de la película, potenciando su elegante envoltorio con una pieza que, durante años (y exceptuando la flojísima suite regrabada incluida en el recopilatorio “Sherlock Holmes: Classic Themes from 221B Baker Street”, editado por Varèse en 1996), ha significado la única manera de acceso a la banda sonora (a través del citado recopilatorio dirigido por Bernstein y editado en 1987). Con la partitura completa ya en las manos, sólo falta que el American Film Institute se digne a restaurar el montaje final de Billy Wilder, ese que seguramente permitiría ver “The Private Life of Sherlock Holmes” como la obra maestra que no puede ser (a lo sumo, una película maravillosamente imperfecta) y apreciar, en su contexto, la música escrita por Rózsa para los otros casos a los que se enfrentaba Holmes. Para consuelo de los rastreadores de “cameos”, la United Artists al menos dejó intacta la cuarta y última aparición de Miklós Rózsa en una película, pues él mismo es quien dirige a la orquesta en el teatro donde actúa la bailarina rusa en el episodio inicial (las otras tres fueron en “Knight Without Armour”, “The Light Touch” y “The Story of Three Loves”).

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