
Iniciado por
Branagh/Doyle
Asesinato en el Orient Express, una tragedia en tres actos, por William Shakespeare.
ATENCIÓN, SPOILERS A DISCRECIÓN.
-Pero... ¿donde queda la conciencia?
-Enterrada, junto con Daisy.
Los reflejos en esta película hablan de muchas cosas. De mentiras. De heridas que no se cierran. De fracturas del alma, de niveles de grises. De falsas apariencias. De juicios morales. Podría hablar del travelling lateral en que deviene el plano secuencia que muestra la llegada a la estación, y de cómo Michelle Pfeiffer es encuadrada justamente en el quicio que separa cada cristalera.
Poirot, al otro lado. En determinado momento, Depp saluda al detective, y Jacobi se les une en el pasillo. Depp queda justo en el lado del encuadre que el cristal más deforma, y Jacobi se ve -parcialmente, porque en el fondo es buena persona-afectado por esta aberración visual. El alcance de lo que el primero hizo corrompiendo el alma de un hombre bueno, tanto que se ve moralmente obligado a cometer otro acto atroz. Pfeiffer, en un lado del quicio y Poirot, al otro, las dos balanzas de la justicia. Una, sabremos después, reclamando el derecho moral a vengar probablemente el peor tipo de crimen que existe . Otra, manifestando que el respeto a la ley y el orden es lo que nos diferencia de las bestias. En medio, el causante de esa digresión, el mal, y Jacobi, sufridor de su barbarie. Eso es, en esencia, de lo que trata la aproximación de Branagh, tan humanista y trágica cómo al bardo le hubiese gustado.
El plano cenital que precede al descubrimiento del cadáver muestra a Poirot con una escala ligeramente mayor que el resto de caballeros del pasillo, superioridad y convencimiento moral este que se pierde al final, cuando abandona el tren durante un plano secuencia que hace el recorrido inverso a inicial, mientras nos cuenta la carta que escribe al padre de la criatura asesinada , cómo forma de expiar el hecho de no haber podido ayudar en el pasado. Resulta, que, después de todo, si que existen las escalas de grises. Ojo a la larguísima toma sin cortes final.
Apuntes varios: Cuando el "profesor austriaco" -solídisimo Dafoe- expone su discurso acerca de la conveniencia y necesidad de la discrimanción y separación de las razas y la superioridad del pueblo alemán sobre el resto, Branagh planifica la secuencia mostrándolo mediante las rejillas de la celosía que cubre la entrada al vagón comedor, sugiriendo Branagh que Poirot piensa que sus radicales ideas merecen la cárcel. Sin embargo, posteriormente, a medida que Poirot va exponiendo sus mentiras, es encuadrado a través del cristal combado de la puerta del mismo, pero sin llegar a la deformación aberrante de Depp, mostrando por tanto que sus acciones son consecuencia de un acto inexcusable, y consecuentemente redimibles.
El segundo dialogo que el detective mantiene con una espléndida Daisy Ridley, tras invitarle a tomar té, evidencia la dicotomía moral a la que antes hacía referencia: Para Poirot, esgrime ella, lo moral y éticamente correcto tienen unas fronteras estrictamente delimitadas. Ella, sostiene, se acoge a su derecho al silencio porque no hay ley que lo impida, cómo tampoco hay ley que hubiese aceptado cómo justicia el crimen cometido. Esto último, claro está, no lo dice, pero se miran y, en ese momento, se gana el respeto del detective. El plano cenital que los muestra antes de volver al tren da la victoria moral (momentánea) a la institutriz; ha inculcado la duda en Poirot.
¿Y el médico?. ¿Impulsos asesinos -el ataque al detective- ?. No, hace lo que hace por amor. Puro Branagh.
La "bailarina y su marido" tienen una entrevista con Poirot a las puertas de su compartimento, esta afirma tener la necesidad de drogarse continuamente para poder afrontar su existencia en este mundo. Detrás de ellos, un espejo los refleja deformandolos, mientras que los ojos del detective se muestran nítidos. Más adelante, destapado el engaño, esta arroja el barbital por el lavabo y su "marido" la abraza. El espejo los refleja, ya sin fracturas. La herida se ha cerrado.
El detective, por la noche, contempla la fotografía de un amor del pasado, alguien que pudo llevarle a vivir de un modo muy distinto. "Ver el mundo cómo yo lo veo convierte la vida en algo insoportable". Su propio reflejo, en el cristal del vagón, aparece deformado. Heridas que no se cierran. Pesadumbre. Demonios interiores. El amor nunca nos deja impunes. Tampoco lo hace el sentimiento de culpa que el alcohol, y no haber presentado defensa a los golpes, hacen mella en Penelope Cruz- fantástica, atención a su mirada- , refugiada en la religión
Podría seguir y seguir, ya que el elaborado lenguaje formal de esta obra contiene prácticamente subtexto en cada plano, pero prefiero debatir con vosotros, de modo que pasemos a la secuencia (casi) final.
Pfeiffer, en el lugar de Cristo. Los demás, ocupando las posiciones de los 12 apóstoles (excepto la de Judas Iscariote, claro está) . Pfeiffer intenta suicidarse, resucitando moralmente hablando, lo que le permite al fin vivir en paz, amén de expiar el pecado compartido .
PD: Cuando el tren encalla, un plano secuencia muestra a todos los personajes a través de los cristales del vagón. Si os fijais, Pfeiffer está en un plano superior al resto, evidenciando que al ser su plan, está dispuesta a afrontar la mayor carga moral que ello conlleva.
A mi si me ha parecido una obra maestra. ¿Fiel?. En absoluto, aunque los hechos en si sean casi los mismos. Pero a quién le importa, con resultados cómo este.