La versión de Kurosawa se parece a la de Renoir como un huevo a una castaña. Intuyo que el film del nipón es mucho más fiel al texto de Gorki, aunque en este caso los personajes reciben, como es natural, nombres japoneses. De entrada, su estructura es claramente teatral: se divide en cuatro actos, separados por un fundido en negro, y en cada uno de ellos se respeta la unidad de espacio y tiempo. Además, a diferencia del film de Renoir, Kurosawa confina a los personajes en un escenario único, el albergue, que para mayor sensación de claustrofobia está ubicado en una especie de pozo que sirve en parte de vertedero, como se aprecia ya en la primera escena de la película. Un pozo de donde los personajes no van a poder salir, permaneciendo siempre hundidos en el fondo. Y si lo hacen será como cadáveres (Rokubei o el actor), enloquecidos (como Okayo) o con cuentas que saldar con la justicia (como Osugi y Sutekichi).
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Hay notables diferencias entre un film y otro: Kurosawa da a la pieza un carácter coral, teniendo todos los personajes sus momentos, mientras que Renoir se centraba sobre todo en las figuras de Pépel y del barón. De este último, aquí un samurái venido a menos (Minoru Chiaki, uno de los actores habituales de Kurosawa en esta época), poco sabemos de su pasado, no asistimos a su caída, sino que ya lo conocemos como uno más de los integrantes de la peculiar “fauna” que habita en el alojamiento del avaro Rokubei (Ganjirô Nakamura). Tampoco Pépel, el ladrón, aquí llamado Sutekichi (interpretado por el gran Toshirô Mifune) tiene el mismo protagonismo: tarda casi veinte minutos en salir a escena y no aparece en el cuarto acto. Eso sí, también se debate entre dos hermanas, Osugi, la esposa de Rokubei (Isuzu Yamada), y su hermana Okayo (la joven Kyôko Kagawa), que, a diferencia de la Natacha de Renoir, cree que Sutekichi y Osugi están confabulados para matar a Rokubei y que la están utilizando, acabando medio enloquecida.
El resto de personajes, con mucha más presencia que en el film del francés, responden en parte a la misma tipología, pero aquí destaca por encima de todos el de un viejo peregrino (interpretado por otro de los habituales de Kurosawa, Bokuzen Hidari), que es el único que tiene palabras esperanzadoras y de consuelo para el resto.
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La versión de Kurosawa es profundamente patética, miserabilista, descarnada, cerrándose con el suicidio del actor enfermo y alcohólico, sin final chaplinesco. Ni Sutekichi ni Osugi ni Okayo aparecen el cuarto acto, después de que en el tercero Sutekichi haya provocado la muerte de Rokubei, de forma un tanto accidental (también aquí, como en el caso de Renoir, Kurosawa opta por dejar el impacto fatal fuera de campo).
En general, se trata de un film de continuos diálogos, muy verboso, muy teatral (las interpretaciones tienden al histrionismo, algo, por otra parte, bastante habitual en Mifune). Resulta un film un tanto difícil de digerir, lo vamos masticando y masticando sin acabar de tragarlo. Su tono un tanto fúnebre tiene un par de fugas humorístico-musicales realmente brillantes, cuando varios de los residentes empiezan a hacer ruidos y a cantar, llegando incluso a desarrollar una coreografía, en especial en la última secuencia de la película, cerrada como de un portazo con el suicidio del actor, en fuera de campo.
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Con todo, Kurosawa desarrolla un trabajo espléndido en la composición de los encuadres, distribuyendo a los personajes dentro del decorado de forma que consigue situarlos en distintos niveles de profundidad.
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La fusión de cuerpos y estructuras arquitectónicas es realmente notable. También destaca el uso de los sonidos ambientales, creando una atmósfera densa, espesa, asfixiante.
Finalmente, ¿con cuál me quedaría? ¿Con la de Renoir o con la de Kurosawa? Si tuviera que elegir (cosa que afortunadamente no he de hacer), creo que preferiría la de Renoir, quizá porque
Donzoko es de esos films que, en mi opinión, se aprecian más cuando se analizan que cuando se visionan.